Tenía el anillo en mi dedo. En verdad era bello, pero no podía permitirme sentir más. Había demasiados sentimientos cruzados: enojo, tristeza, alegría... y otros que no lograba descifrar. No debía sentir más.
Miraba el calendario; el mes estaba por terminar y la boda se acercaba. La mantelería, las mesas y los adornos comenzaban a llegar a la casa. El extenso jardín se iba llenando poco a poco de flores y detalles nupciales. En la puerta de mi habitación colgaba el vestido, en un elegante gancho. Lo miraba cada noche... y cada noche deseaba tomarlo y tirarlo a la basura.
Cada día, Alexander enviaba flores y pequeños obsequios a la oficina, a la casa. Me conocía a la perfección, sabía cuáles eran mis flores favoritas, mis dulces preferidos, incluso el tipo de papel que me gustaba para las cartas. Pero yo tiraba todo a la basura, excepto las tarjetas. Las guardaba sin abrir. ¿Qué pretendía Alexander? ¿Fingir que me amaba?
Las confirmaciones para la boda no paraban de llegar. Todos los i