El cielo de aquella tarde parecía encapotado a propósito, como si supiera lo que Eleanor Lewis Benson estaba a punto de enfrentar. El aire estaba denso, húmedo, lleno de ese olor a tierra mojada que anticipa tormentas. Nada de eso, sin embargo, era suficiente para evitar que ella llegara al cementerio. Había algo que la empujaba, una inquietud que no la había dejado dormir en días.
Había pasado ya poco más de seis meses desde que Jonah Lewis Benson había sido declarado oficialmente muerto. La tumba estaba allí, pulcra, nueva, con su nombre grabado en mármol gris. Pero vacía. Nunca recuperaron el cuerpo. Era una tumba simbólica. Un monumento al duelo fingido, al dolor contenido, al control emocional que Eleanor siempre había mantenido frente a todos.
La mujer bajó del auto sin que el chofer se atreviera a decir palabra. Llevaba un abrigo largo color vino, gafas oscuras, guantes de cuero. Su imagen era impecable, como siempre. Pero por dentro, algo no estaba bien. Desde hacía semanas, s