Katherine miraba el celular. Evan lo había conseguido en la empresa. No iría al cementerio personalmente, pero dejaría algo que le remordiera la conciencia: un juguete de bebé junto a una foto de su hijo. Lo que iba a hacer era peligroso, pero efectivo. La tendría muerta de miedo.
En ese momento, Evan entraba al lujoso departamento en el que ahora vivían. El trabajo había estado pesado.
—Buenas noches, hijo. ¿Cómo te fue en la oficina? ¿Cómo se encuentra Anne? —preguntó la madre, levantándose del sillón—. Ve a cambiarte, iré a pedir que sirvan la cena. Pedí tus favoritos: canelones rellenos, ensalada, y de postre panna cotta con salsa de fruta de la pasión. Anda, cámbiate, te espero en el comedor.
Evan se sorprendió de ver a su madre de tan buen humor. Al parecer había hecho o ejecutado su plan. Solo esperaba que nada se saliera de control. El día había sido pesado, pero no por Anne, sino por Rose. Al parecer, la mujer se había convencido de que él quería algo con su hermana, y le dab