El eco de la puerta cerrándose tras la reunión aún resonaba en la cabeza de Jimena cuando entró a su oficina. La respiración le iba más rápida de lo normal, y aunque trató de mantener la espalda recta, sentía un temblor sutil en las manos. El aire en el despacho estaba ligeramente más frío que el resto del piso; el zumbido constante del aire acondicionado contrastaba con el silencio tenso que se había instalado. Afuera, en el pasillo, los pasos de secretarias y asistentes sonaban como un rumor lejano, apenas perceptible.
Se levantó y caminó varias veces por toda la oficina. Su cabeza estaba por explotar, podía creer que Tiago era todo, menos un hombre con mucho dinero.
—Increíble… —murmuró, con un tono que oscilaba entre la incredulidad y la rabia.
Se dejó caer en la silla giratoria, pero apenas tocó el respaldo se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa nuevamente y presionando sus sienes. El recuerdo de Tiago sentado en aquella sala de juntas, tan seguro, tan en su pap