El reloj marcaba las nueve en punto de la mañana cuando Jimena se detuvo frente a la imponente puerta de cristal esmerilado que conducía a la sala de juntas principal. El corredor, silencioso como un templo, olía a una mezcla de madera encerada y café recién hecho que se filtraba desde la pequeña estación de bebidas al final del pasillo. El taconeo de sus zapatos resonaba con eco en aquel piso de mármol gris pulido, marcando un ritmo que intentaba imponer calma… pero su corazón latía como si quisiera romperle las costillas.
En su mano derecha llevaba una carpeta de cuero negro con las anotaciones para la reunión; en la izquierda, el teléfono apagado. Desde hacía tres días, había hecho un esfuerzo monumental por no buscarlo, no pensar en él, no preguntarse dónde estaba. Pero la ausencia de Tiago en la empresa había sido como una sombra: todos la sentían, todos murmuraban, y cada vez que alguien pronunciaba su nombre, Jimena sentía un pinchazo en el pecho.
Respiró hondo, enderezó los ho