Jimena se detuvo frente al edificio de Tiago. El corazón le latía con tanta fuerza que podía sentir su pulso en las sienes. La fachada estaba tenuemente iluminada, y el aire de la noche era tibio, cargado de una expectativa eléctrica que parecía envolverlo todo.
Respiró hondo, intentando calmarse. No era solo el deseo lo que la impulsaba, era algo más profundo. Desde que Tiago había irrumpido en su mundo ordenado, nada era igual. Él removía todo en su interior: la hacía sentir vulnerable, viva, deseada... amada.
Entró al edificio. Cada paso que daba hacia el elevador resonaba en su mente como un eco, acompañado de imágenes que no podía expulsar: sus labios recorriéndola, sus manos firmes deslizándose por su piel, su voz grave murmurando promesas cargadas de deseo.
Cuando llegó al piso, se detuvo frente a la puerta. Tragó saliva. Estaba nerviosa. Expectante. Lista y no lista a la vez.
Tocó.
La puerta se abrió lentamente, y fue recibida por una oscuridad cálida. No había luces encendida