EUNICE
El primer dolor que sentí fue como si me atravesaran el cráneo con una lanza de hielo. El segundo, fue peor: la confusión. Como si todas las piezas de mi alma hubieran sido mezcladas y ahora no encajaran.
Y luego vino la angustia.
El olor era distinto.
El aire… el bosque… la vibración del mundo. Todo era más denso, más opaco. Más… humano.
No estaba en casa.
Me incorporé tambaleándome. La hierba húmeda se pegaba a mis brazos mientras me apoyaba torpemente en el tronco de un árbol. Sentí algo caliente y espeso corriendo por mi frente. Pasé la mano y vi sangre seca en mis dedos.
Mi respiración era agitada. El pecho me ardía. Apenas podía enfocar bien lo que tenía delante. Todo giraba un poco, como si el mundo no se hubiese decidido a estabilizarse.
—Al fin despiertas —escuché una voz femenina, suave, pero con esa nota agria que no se olvida jamás.
Levanté la mirada, y ahí estaba.
Catrina.
Vestida de civil, con una chaqueta oscura, el cabello suelto, y esa mirada imperturbable que