EUNICE
El auto se deslizaba por las calles humanas como si el tiempo mismo me estuviera jugando una broma cruel. Rony conducía en silencio, atento, mientras Catrina y yo íbamos en el asiento trasero. Mis manos no dejaban de apretarse sobre mis rodillas. La cabeza me latía al ritmo de la ansiedad que me consumía desde dentro.
Sentía morirme en cada latido, quería tener a mis niñas de nuevo y abrazarlas.
—¿Es este el lugar? —murmuré cuando el vehículo se detuvo frente a un gran edificio de piedra blanca.
Tenía un jardín perfectamente cuidado, rejas negras altas y una gran puerta de madera tallada. Sobre la entrada se leía un cartel: “Hogar Esperanza. Centro de acogida para niños sin padres.”
—Sí —respondió Catrina, saliendo del auto—. Aquí traen a los niños que no tienen familia. Mientras les encuentran una nueva.
Sentí cómo un escalofrío me recorría la columna. Ese lugar, por más bello que lo hicieran parecer, no era un hogar. No para mis hijas.
—Mis hijas no necesitan una familia nu