RONAN
El amanecer se filtraba por los vitrales altos de mi habitación, tiñendo el suelo de piedra con tonos ámbar y dorados. Me quedé inmóvil frente a la ventana, observando cómo el sol lentamente vencía a la noche.
Respiré hondo, dejando que el aire fresco del bosque me llenara los pulmones. A mis espaldas, el suave ritmo de la respiración de Astrid me confirmaba que aún dormía profundamente.
La observé por un momento. Su cuerpo, envuelto en las mantas, parecía por fin haber soltado toda la tensión de los días pasados. Verla descansar me provocaba una punzada de ternura y otra de culpa. Habían pasado tantas lunas sin saber si volvería. Cada noche me preguntaba si la había perdido para siempre.
Pero jamás imaginé que cuando regresara… traería de vuelta a nuestro hijo perdido.
Rony.
Ese nombre ya no me parecía ajeno. Lo repetía en mi mente una y otra vez, intentando acostumbrarme a que era real, a que ese joven humano confundido que apenas hablaba… era mi hijo.
El hijo que Magnus nos