FREYA
"Freya, hija del fuego, tú mereces más que deber. Mereces amor, incluso si tienes que enseñarle a alguien cómo amarte. Sé paciente… pero nunca invisible.
Cerré los ojos. La voz de Astrid resonaba en mi cabeza como un susurro cálido en medio del frío de estas paredes desconocidas. Yo la quería. Más de lo que una niña puede amar a una madrastra. Astrid me crió con ternura y firmeza, y ahora su carta era lo único familiar que tenía entre tanta piedra, protocolo y silencio.
Me puse la pulsera que envió en el sobre, esto me hacía recordar cuando vívia con mi familia, mi padre y mi hermano Lucián.
—Ya es momento —dijo la voz grave y pausada de mi abuela a mis espaldas.
Me giré hacia ella. Mi abuela me observaba como quien ve florecer una planta que ha regado por años. Sus ojos sabían más de lo que decía. Siempre lo hacían.
—¿Momento de qué? —pregunté, dejando la carta a un lado.
—De ir a verlo.
Tragué saliva. ¿Ir a verlo? ¿A Caleb? Lo había visto... ¿tres veces? Una cuando llegamos