CALEB
—¿Y bien? —la voz de Jairo irrumpió con el descaro de siempre, colándose en mi estudio como si no hubiera una puerta entre él y el mundo.
Levanté la vista de los documentos, exhalando con fastidio contenido.
—¿Y bien qué? —le respondí, aunque ya sabía por dónde iba su conversación.
Jairo se dejó caer sobre el sillón frente a mi escritorio con la elegancia distraída de quien jamás se toma nada demasiado en serio.
—¡Tu noche de bodas, Caleb! —dijo, como si hablara del evento más glorioso del año—. No me digas que no vas a contarme nada… ¿Cómo fue con la hermosa Freya?
Lo miré. Su entusiasmo casi me provocó risa. Casi.
—No fue —dije simplemente, sin adornos.
Jairo frunció el ceño.
—¿Cómo que no fue?
—No fui. A la habitación. La olvidé por completo.
—¡¿La olvidaste?! —repitió, incrédulo, como si hubiera dicho que olvidé respirar—. Caleb, por la Luna… eso no se puede olvidar. Es tu esposa. La noche de bodas es una de las mejores noches para un lobo. Es cuando marcas, cuando conectas.