El ser frente a ellos se mantenía inmóvil. Era una figura que parecía hecha de sombras y luz al mismo tiempo. Sus ojos amarillos brillaban intensamente, y su silueta se alzaba por encima de Vladislav y Adara, como si fuera una presencia más allá de lo humano. No era un espectro, ni un demonio, pero su aura era tan antigua que parecía haber existido desde los albores del tiempo.
—¿Quién eres? —demandó Vladislav con voz profunda, pero teñida de una mezcla de desconfianza y desafío. No tenía miedo, pero la incertidumbre le quemaba en el pecho. Había algo en la figura, algo que no encajaba en el tejido de la realidad, y sabía que esta aparición estaba relacionada con lo que había desatado el ritual.
La figura no respondió de inmediato. En su lugar, dio un paso hacia adelante, y con un solo movimiento de su mano, los símbolos en el suelo comenzaron a girar. Los ecos de sus movimientos reverberaban a través de los muros que contenían la mansión, haciendo que las paredes temblaran levemente.