El reloj marcaba casi las diez de la mañana cuando Ionela irrumpió en el despacho de Adara, con su usual aire desinteresado. Sentada frente a su escritorio, alzó la vista, apenas sin inmutarse por la presencia de su amiga.
—Tengo que ir al juzgado —dijo Ionela sin más preámbulos, sacudiéndose la chaqueta con aire profesional—. Otro caso pendiente. No regreso hoy, pero nos vemos mañana, ¿sí?
Adara asintió en silencio, sumida en sus pensamientos, con los ojos fijos en los papeles sobre su escritorio. Sabía que Ionela, con su naturaleza hiperactiva e independiente, no pasaba tanto tiempo en el bufete, no todo el día. No era raro que visitara los juzgados después del mediodía y ella aprovechaba ese tiempo para revisar sus casos a solas en la tranquilidad de la tarde, cuando no tenía pendientes con clientes que la visitaban. Después de lo sucedido el día anterior en la casa de Vladislav, prefería que estuviera lejos de ella; pero, por alguna razón, la presencia de ella le era imprescindibl