Si bien deseaba huir de lo que consideraba una amenaza a su vida, y sobre todo, a su cordura, Adara apenas pudo rodar la todoterreno, los temblores involuntarios de su cuerpo ante el pánico la confundían. Sentía la garganta seca, y el corazón bombeando con tanta fuerza que pensó que iba a desgarrarle el pecho. Atrás, los rugidos de las bestias resonaban en el aire, sacudiendo el espacio abierto, descampado donde Vladislav se detuvo; se escuchaban como si fueran ecos de un infierno liberado.
Orilló el auto y aun temblorosa bajó de éste, y aunque estab a una distancia considerable, sus ojos miraban la escena como si estuviera ahí a escasos centímetros de ellos, como si no se hubiera alejado, como si tuviera en sus ojos algún lente o aparato que le permiten acercar las imágenes aun en medio de esa noche oscura y en medio de la nada.
Su loba estaba en un estado de alteración alarmante. Comenzó a sentir los mismos síntomas que experimentó la noche que estuvo con Vladislav en el refugio.
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