7

Ariana

Desde que crucé el límite del territorio, algo en el aire me hizo tensar los músculos. Era como si mi piel supiera algo que mi mente aún no terminaba de procesar. Una punzada en la nuca, un cosquilleo entre los omóplatos. La sensación inequívoca de que alguien me estaba mirando.

Otra vez.

Lo ignoré al principio. Pensé que era mi culpa. Que la culpa la tenía Killian, con sus palabras cargadas de deseo, con esa mirada suya que parecía desnudar más que mis pensamientos.

Pero no era él.

Killian no era sutil. No sabía acechar en silencio. Su presencia se sentía como una tormenta rugiendo en la distancia. Y esto… esto era diferente. Era como una sombra pegada a mis pasos. Invisible, pero constante. Como si alguien hubiese decidido seguirme, pero sin querer que lo supiera.

Y yo… lo supe.

Esa noche, fingí dormir.

Esperé en mi cama con los ojos cerrados, escuchando cómo el viento agitaba las ramas de los árboles más allá de mi ventana. Esperando ese crujido leve, ese roce que ya había sentido una vez antes. El que me hizo pensar que estaba perdiendo la cabeza.

Pero no estaba loca.

No cuando escuché, claramente, pasos en el pasillo.

Mi corazón se aceleró. Mis sentidos se agudizaron, como un lobo oliendo el miedo.

Uno. Dos. Tres pasos.

Y luego... nada.

Me levanté despacio, en silencio, como me enseñaron cuando era niña: ligera, sin crujir el suelo. Me moví por la habitación hasta la ventana. Abrí las cortinas apenas lo justo y miré hacia el jardín trasero.

Y ahí estaba. La sombra. Moviéndose.

No alcancé a distinguir su rostro. Solo vi el destello de algo plateado bajo la luna —¿una hebilla? ¿una cadena?— antes de que desapareciera entre los árboles.

Pero lo reconocí.

Lo sentí.

—Erik —susurré.

Al día siguiente, fingí normalidad. Reí en el desayuno, hablé con los miembros de la manada, me entrené con una sonrisa en los labios. Todo perfectamente ejecutado. Una actuación digna de un Óscar.

Menos con Erik.

Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, algo se tensaba entre nosotros. Algo no dicho. Algo que ya no podíamos fingir que no existía.

Él me seguía.

No necesitaba pruebas. Lo sabía. La forma en que aparecía “por casualidad” en los mismos lugares que yo, la manera en que evitaba mirarme demasiado tiempo, como si ocultara algo... Erik siempre había sido mi mejor amigo. Mi sombra desde que tenía memoria.

Y ahora, literalmente… era mi sombra.

—¿Me vas a decir qué carajos está pasando o voy a tener que arrancarte la verdad a mordidas? —pregunté cuando lo encontré en el claro cerca del lago, fingiendo entrenar.

Erik se giró con lentitud, como si lo esperara.

—No sabía que eras tan dramática —dijo, sonriendo, pero sus ojos no reían.

—Y tú no eras tan mal mentiroso —disparé.

Nos miramos durante unos segundos. Silencio denso. Cargado.

Hasta que Erik suspiró, cansado. Como si se quitara una máscara invisible.

—Ariana… estás actuando raro. Más de lo normal.

—¿Eso justifica que me sigas?

—¿Y tú vas a negar que ocultas algo?

Boom.

Mi lobo se tensó al instante.

—No tengo por qué darte explicaciones.

—Yo creo que sí.

Sus palabras fueron suaves, pero cada una golpeó como una piedra.

—Soy tu amigo. El único que te queda. ¿O ya lo olvidaste?

Me dolió.

Porque era verdad.

Pero también era verdad que no podía decirle nada. No ahora. No con el vínculo amenazando con despertar cada vez que pensaba en Killian. No cuando mi cuerpo traicionaba mis decisiones.

—Esto no tiene que ver contigo —intenté decir, pero sonó más como un intento de defensa que como una afirmación real.

Erik me miró como si pudiera ver a través de mí. Y eso me aterraba más que cualquier cosa.

—¿Entonces tiene que ver con él?

Me congelé.

—¿Quién?

—No me jodas, Ariana. Sé que estuviste con Killian. Sé que lo buscaste.

Mi corazón se estrelló contra mis costillas.

—¿Me estás espiando?

—¡Estoy protegiéndote! —rugió. Y su voz reverberó en los árboles como un trueno inesperado—. ¡¿O crees que no sé lo que está pasando?!

Mi cuerpo entero se tensó. Quise gritarle, empujarlo, hacer algo que rompiera esa intensidad.

Pero no pude.

Porque en su mirada… vi miedo.

No por mí. Sino de mí.

—Erik… —dije, apenas, con la voz rota.

—No sigas por ese camino —me advirtió, con una voz que no reconocí. Grave. Oscura. Casi como si fuera de otro—. Hay cosas que no entiendes. Juegos más grandes que tú. Que yo. Que todos.

Lo miré, sin reconocerlo. Mi amigo. Mi hermano de alma. Mi confidente. Y, sin embargo, ahora parecía otro.

Y entonces lo dijo.

Lo que me dejó helada.

—No confíes en nadie, Ariana.

Pausa.

Sus ojos se clavaron en los míos con una intensidad que me arrancó el aliento.

—Ni siquiera en mí.

—Ni siquiera en mí.

Las palabras flotaron entre nosotros como cuchillas invisibles.

Yo quería pensar que era una advertencia. Que Erik seguía siendo el chico que me enseñó a montar a caballo, el que me defendía de los demás cuando era niña, el que me abrazaba cuando lloraba por las reglas injustas de este mundo de lobos y jerarquías podridas.

Pero entonces… ¿por qué su voz sonaba como una amenaza?

Retrocedí un paso, sin darme cuenta. Como si mi instinto intentara protegerme de alguien que no debería provocarme miedo.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunté, y mi voz salió más frágil de lo que esperaba. Odio sentirme débil. Odio mostrarlo. Y Erik… Erik siempre lo supo.

Él no respondió enseguida. Me observó como si estuviera evaluando cuánto podía decirme. O si debía decirme algo en absoluto. Y esa duda, esa pausa larga como un cuchillo sin afilar, me revolvió el estómago.

—Hay cosas que no puedo decirte —murmuró al fin—. Pero lo que sí puedo… es esto: hay ojos sobre ti. Ojos que no ves. Y si sigues acercándote a Killian… no sé si podré protegerte.

Lo dijo como si eso doliera.

Como si, en otra vida, no lo haría por mí sin preguntar.

—¿Quién te pidió que me sigas?

Silencio.

—¿Erik?

—No importa.

—¡Sí importa! —espeté, alzando la voz, sintiendo cómo mi pecho ardía, cómo la traición se colaba por cada grieta de mi confianza—. ¿Quién te lo pidió? ¿Mi padre? ¿El Consejo?

Erik apretó la mandíbula. Su mirada se desvió, como si le costara sostener la mía. Y ahí tuve mi respuesta.

—Dios… —susurré—. Fuiste tú quien me vio esa noche en el bosque, ¿cierto?

No lo negó.

No tuvo que hacerlo.

Porque su silencio gritaba más fuerte que cualquier palabra.

Recordé el momento exacto en el que sentí una mirada sobre mí, justo después de que Killian se alejara, con sus labios aún en mi cuello y mi cuerpo temblando por todo lo que habíamos compartido —o casi compartido—. La sensación de que algo nos observaba desde los árboles. Yo creí que era paranoia. Pero no.

Era Erik.

Mi mejor amigo.

El que ahora me miraba como si yo fuera un rompecabezas que no sabía si quería resolver… o romper.

—¿Me seguiste hasta él?

—No era mi intención —dijo, con una sinceridad que casi me hizo creerle—. Solo quería asegurarme de que estabas bien. Pero cuando vi que estabas con él

Cerró los ojos. Inspiró hondo. Como si se obligara a no gritar.

—Ese hombre no es lo que crees, Ariana.

—¿Y tú sí lo eres?

Mis palabras fueron un látigo. Inesperado. Doloroso.

Erik dio un paso atrás como si le hubiera abofeteado. Su expresión se quebró. Solo por un segundo. Pero lo vi. El dolor. La decepción. La furia contenida.

—He dado todo por ti. ¡Todo! —rugió—. Y ahora te atreves a cuestionarme por él. Por él.

—No es por él. Es por ti. Porque me mentiste. Porque me escondiste cosas. ¡Porque me trataste como una niña tonta a la que había que controlar!

Erik cerró los puños. El aire a nuestro alrededor se volvió denso, caliente. Sentí cómo la energía entre nosotros se cargaba de electricidad.

Pero yo no me moví. No retrocedí más.

Porque ya no era una niña.

Y porque ahora entendía algo que antes no quería ver.

—¿Qué más sabes? —pregunté. Esta vez, mi voz sonó baja. Firme. Directa.

Erik me miró como si supiera que la línea que cruzaríamos con esa pregunta no tenía regreso. Que si respondía… ya nada sería igual.

Y aún así, lo hizo.

—Sé que hay secretos en tu sangre —dijo—. Que tu linaje es más complicado de lo que crees. Que Killian no apareció en tu vida por casualidad. Y que si no eres cuidadosa, vas a terminar destruida. O peor… esclavizada.

Mis pulmones se vaciaron de aire.

—¿De qué estás hablando?

—Pregúntale a tu padre.

Y con eso, se dio media vuelta.

Empezó a caminar entre los árboles. Como si pudiera dejarme atrás.

Pero entonces, giró la cabeza.

Y me miró una vez más.

—Te lo dije, Ariana. No confíes en nadie.

Pausa.

—Ni siquiera en mí.

Y desapareció entre las sombras.

Me quedé sola, con las palabras de Erik palpitando en mi cabeza como un eco enloquecedor.

“Hay secretos en tu sangre.”

“Tu linaje es más complicado de lo que crees.”

“Killian no apareció por casualidad.”

“No confíes en nadie…”

Sentí que el suelo bajo mis pies dejaba de ser firme.

Erik me había seguido. Me había espiado. Me había ocultado cosas. ¿Y aún así… me advertía con sinceridad? ¿O era todo parte del mismo maldito juego? ¿El que todos juegan a mi alrededor como si yo fuera una ficha más?

Me dolía. Más de lo que admitía. Porque si Erik ya no era mi refugio seguro… ¿qué me quedaba?

Me abracé a mí misma, de pie bajo el cielo gris, con el aire helado cortándome la piel. Y por primera vez en mucho tiempo… sentí miedo real.

No por enemigos invisibles.

No por amenazas externas.

Sino por la posibilidad de que… tal vez, estaba completamente sola.

Y eso… eso era lo más peligroso de todo.

C. NOA

Querido lector: Ofrezco una disculpa por este tiempo sin actualizar. Mi situación médica tuvo un pico bajo y estuve con incapacidad por un largo tiempo. Ahora ya me encuentro mejor y trabajando dentro de mis capacidades. Espero comprendan. Gracias.

| 1
Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP