Killian
El viento nocturno acariciaba mi rostro mientras me adentraba en el bosque. Los árboles susurraban secretos antiguos, y cada crujido bajo mis botas resonaba como un eco de mi determinación. No podía ignorar más la conexión que sentía con Ariana. Si ella era mi mate, necesitaba respuestas.
La seguí hasta el río donde solía jugar de niña. El agua fluía tranquila, reflejando la luz de la luna. Allí estaba ella, con la mirada perdida en el horizonte, ajena a mi presencia.
—¿Pensabas que podrías esconderte de mí? —mi voz rompió el silencio.
Ariana se giró lentamente, sus ojos brillaban con una mezcla de sorpresa y desafío.
—No me escondo. —Su tono era firme, pero su cuerpo traicionaba su calma aparente.
Me acerqué un paso, acortando la distancia entre nosotros.
—Entonces, ¿por qué huyes cada vez que me acerco?
Ella desvió la mirada, sus labios temblaban ligeramente.
—Porque esto no puede ser. —Susurró.
La tensión entre nosotros era palpable. Cada fibra de mi ser clamaba por acercarme más, por tocarla, por reclamar lo que sentía que era mío.
—No puedes negar lo que hay entre nosotros.
Ariana levantó la vista, sus ojos llenos de determinación.
—No eres mío. —Sus palabras eran firmes, pero su voz temblaba.
Me detuve, sorprendido por la intensidad de su rechazo.
—¿Eso es lo que realmente sientes?
Ella no respondió, pero su silencio decía más que mil palabras.
El río seguía su curso, ajeno a nuestra tormenta interna. Sabía que este no era el final, pero también comprendía que forzarla no era el camino.
—No te presionaré, Ariana. —Dije finalmente. —Pero recuerda, un alfa no se doblega, y yo no me rendiré tan fácilmente.
Me di la vuelta y me adentré en la oscuridad del bosque, dejando atrás el murmullo del río y el eco de nuestras palabras no dichas.
—No me escondo —repitió ella, con el mentón en alto y esa mirada suya que quemaba más que cualquier fuego.
Mentía.
La forma en que sus dedos se apretaban contra el dobladillo de su chaqueta la traicionaba. Su postura era de una loba preparada para correr… o atacar. Pero sus ojos… sus ojos me contaban otra historia. Una en la que el deseo y la rabia se cruzaban como dagas.
—Entonces, ¿por qué siempre corres antes de que pueda decir una sola maldita palabra?
Di un paso al frente, y el crujido de las hojas secas bajo mis botas pareció romper algo entre nosotros. Ella no retrocedió. No esta vez. Me observó como si ya hubiera luchado mil batallas conmigo y estuviera cansada… y, sin embargo, dispuesta a dar una más.
—Porque hablar contigo es como caminar sobre brasas —dijo. Su voz no tembló, pero su lobo sí. Lo sentí. Vibraba en el aire como un tambor de guerra contenido—. Y porque si me quedo un segundo más… no respondo por mí.
Me reí, seco. Sarcástico.
—Dilo. Porque si te quedas, podrías terminar queriendo algo que juraste odiar. ¿Eso es, princesa?
Apretó los dientes, y por un segundo pensé que me iba a escupir en la cara.
Pero no lo hizo.
En vez de eso, sus ojos se posaron en mi pecho, como si pudiera atravesar mi piel y leer todo lo que había dentro. Y joder, ojalá pudiera. Porque tal vez así entendería por qué me quemaba verla huir. Por qué mi lobo rugía cada vez que la olía en el viento, por qué no podía cerrar los ojos sin que su rostro invadiera mis malditos sueños.
—No soy tuya —dijo, bajito, pero con filo. Como si cada palabra fuera una daga apuntada a mi pecho.
Di otro paso. Luego otro. El aire entre nosotros se tensó como un cable a punto de romperse.
—¿No? ¿Entonces por qué tiemblas, Ariana?
Mi voz descendió en un susurro áspero. Ella estaba a menos de un metro. Y podía olerlo. El miedo. El deseo. La lucha que libraba entre sus propios instintos y esa pared de orgullo que se había construido durante años.
—No soy tuya —repitió, más firme. Pero la voz le falló al final. Un leve quiebre que ningún Alfa dejaría pasar.
Yo no era cualquier Alfa.
—Tal vez —murmuré, inclinándome apenas hacia ella—, pero mi lobo cree lo contrario. Y creo que el tuyo empieza a estar de acuerdo.
Ella no se movió.
La brisa trajo su aroma otra vez. Dulce. A lluvia, a peligro, a promesas que nunca me harían bien pero que aún así perseguiría como un condenado. Cada parte de mí estaba en guerra. Mente contra cuerpo. Razón contra instinto. Pero Ariana era el tipo de batalla en la que uno no se rendía. Se entregaba.
—¿Sabes por qué vine? —pregunté, casi sin aire—. Porque cada vez que cierro los ojos veo esa maldita escena en el bosque. Tú, girándote para no mirarme. Tú, conteniéndote. Tú… tan cerca y tan jodidamente lejana.
Ella parpadeó. No esperaba que hablara así. Con honestidad. Con rabia.
—No puedes seguir así —susurró.
—Tampoco puedo fingir que no siento esto. Que no me quema cada vez que estás cerca.
Entonces supe que tenía que decirlo. Que aunque me destrozara la garganta y el alma, debía ponerlo sobre la mesa. Porque Ariana no era una loba cualquiera. Era la única capaz de hacerme temblar.
—Si eres mi mate, Ariana… no voy a ignorarlo. No puedo.
Silencio.
Podía oír el latido de su corazón.
Ella tragó saliva. Sus manos se cerraron en puños a sus costados. Parecía lista para estallar. O para rendirse.
—Eso no cambia nada —dijo al fin, apenas audiblemente.
—Lo cambia todo —corregí—. Y lo sabes.
—¿Y qué, Killian? ¿Se supone que debo saltar a tus brazos porque lo dices? ¿Olvidar el odio entre nuestras manadas? ¿Olvidar la guerra? ¿La sangre?
—No. Pero tampoco puedes mentirte. No cuando tu cuerpo habla por ti.
Toqué su brazo. Solo un roce. Pero fue como un rayo entre nosotros. Sus pupilas se dilataron. Contuvo el aliento.
Y entonces, por primera vez, retrocedió.
—No eres mío —murmuró, negando con la cabeza, la voz rota, como si necesitara convencer a algo más que a mí.
Pero su cuerpo… tembló con cada palabra.
Ahí estaba.
La grieta.
La fisura que mi presencia dejaba en su muralla.
Mi mandíbula se tensó. Quise acercarme otra vez. Tomarla de los hombros. Hacerla entender. Pero no lo hice. No aún. Porque entendí que esta guerra no era solo entre manadas. Era dentro de ella. Contra sí misma.
Y si algo sabía de batallas internas… era que dolían más que cualquier mordida.
La miré un segundo más. Luego asentí, despacio.
—Pero tiembla —susurré, dándome la vuelta—. Tiembla cada vez que me acerco. Y eso, Ariana… eso no miente.
Me alejé sin esperar respuesta.
Pero su silencio pesaba como una promesa.
Y su temblor… como un juramento sin palabras.
ArianaDesde que crucé el límite del territorio, algo en el aire me hizo tensar los músculos. Era como si mi piel supiera algo que mi mente aún no terminaba de procesar. Una punzada en la nuca, un cosquilleo entre los omóplatos. La sensación inequívoca de que alguien me estaba mirando.Otra vez.Lo ignoré al principio. Pensé que era mi culpa. Que la culpa la tenía Killian, con sus palabras cargadas de deseo, con esa mirada suya que parecía desnudar más que mis pensamientos.Pero no era él.Killian no era sutil. No sabía acechar en silencio. Su presencia se sentía como una tormenta rugiendo en la distancia. Y esto… esto era diferente. Era como una sombra pegada a mis pasos. Invisible, pero constante. Como si alguien hubiese decidido seguirme, pero sin querer que lo supiera.Y yo… lo supe.Esa noche, fingí dormir.Esperé en mi cama con los ojos cerrados, escuchando cómo el viento agitaba las ramas de los árboles más allá de mi ventana. Esperando ese crujido leve, ese roce que ya había se
KillianEstoy perdiendo la jodida paciencia.Ariana me evita como si yo fuera la plaga. Como si cada segundo que compartimos no hubiera encendido algo imposible de ignorar. Como si no sintiera el mismo fuego corriéndole por las venas cada vez que nuestros cuerpos se rozan —aunque sea por accidente, aunque ella finja que no lo nota.Y eso me está volviendo loco.Me crié entre estrategias, traiciones y guerras silenciosas. Sé leer señales. Sé cuando alguien quiere correr, y cuando solo necesita que alguien la detenga antes de hacerlo.Ella necesita que la detenga. Lo sé. Lo siento. Y aún así, me empuja como si fuera su peor amenaza. Como si temiera que yo pudiera ro
ArianaEl sabor de su boca todavía está en la mía.Y me odio por ello.El viento frío me azota el rostro cuando llego al límite del bosque, justo donde el sendero de piedra anuncia el regreso a casa. A mi jaula. A la realidad.Camino con pasos firmes, aunque por dentro me estoy desmoronando.Cada árbol que dejo atrás parece susurrarme su nombre. Killian. Cada ráfaga de viento, cada trino apagado por la tormenta que empieza a calmarse, me recuerda que lo besé primero… y que después, lo besé más fuerte. Que lo golpeé. Que lo deseé. Que no huí.
KillianLas noticias llegaron antes del amanecer, envueltas en el aliento helado de un mensajero que apenas logró mantenerse en pie frente a mi puerta. El suelo aún estaba cubierto de escarcha, y la sangre en su ropa no era suya. Venía de las lindes del bosque, donde los espías de mi manada habían desaparecido uno a uno como hojas arrastradas por el viento.—Los Moretti se están movilizando. —La voz del chico tembló más de lo que debería.Me quedé en silencio un segundo. Solo uno. Porque después de eso, todo dentro de mí rugió.—Despierten al consejo —ordené—. Ahora.No grité. No necesitaba hacerlo. Todos sabían
ArianaEl viento nocturno sopla entre los árboles, trayendo consigo el aroma de la tierra húmeda y las hojas recién caídas. La luna, redonda y pálida, cuelga en lo alto, bañando el bosque en un resplandor plateado. Es una noche perfecta para cazar.Mis pasos son silenciosos sobre el suelo cubierto de musgo, mis sentidos están afilados, alerta. Lidero la patrulla con la confianza que he construido durante años, manteniendo a mis lobos en formación detrás de mí. Soy la hija del Alfa. Ser fuerte no es una opción, es una obligación.Pero esta noche hay algo diferente. Algo que eriza mi piel antes incluso de que pueda racionalizarlo.Un olor.No es el de mi manada. No es el de ningún lobo que conozca. Es oscuro, intenso, especiado... masculino.Me detengo en seco y levanto una mano para que los demás se detengan. Hay un segundo de absoluto silencio antes de que hable en un susurro bajo.—Nos estamos retirando.Hay un murmullo de sorpresa entre los míos, pero no discuten. Somos fuertes, per
KillianLa noche aún me sigue a donde quiera que voy. No importa cuántos kilómetros recorra, cuántos árboles caigan bajo mis pies. Esa sensación permanece, pegada a mi piel como una sombra imposible de ignorar.Esa mirada. Esa puta mirada.Es como si todo lo que había hecho hasta ahora, todo lo que había alcanzado, hubiera perdido su sentido. Todo se difumina cuando la recuerdo. Sus ojos. Ese fuego en su pecho que casi me consume, la manera en que sus colmillos brillaban bajo la luna. Su lobo. Su alma. Mi alma.No.No puede ser ella.Acelero el paso, ignorando las miradas curiosas de mi manada. Los hombres y mujeres que me siguen no entienden la tormenta que me sacude. Nadie puede saber lo que acaba de suceder. Ni siquiera yo.Es imposible.Muevo la mandíbula con fuerza, el crujido en mis dientes es lo único que calma la furia que se agita en mi interior. No tengo tiempo para esto. No debo tener tiempo para esto. Soy el Alfa. Yo no me dejo distraer por sentimientos estúpidos ni por… b
ArianaEl sol ya se filtraba débilmente a través de las cortinas, pero mi cuerpo no lograba relajarse. El encuentro con Killian seguía palpitando en cada rincón de mi mente, como una herida fresca que no dejaba de sangrar. Mi lobo estaba nervioso, inquieto, recorriendo cada rincón de mi ser con la misma urgencia que yo trataba de ignorar. Pero, ¿cómo ignorar algo que sentí tan intensamente? Una conexión que no pedí, que no quiero, pero que está ahí, ardiendo en mi pecho como una llamarada imparable.Me levanté de la cama, intentando despejar mi mente. La ligera brisa que entraba por la ventana fría me sacudió ligeramente. Miré mi reflejo en el espejo del baño. Mis ojos, normalmente tan seguros, estaban turbios. ¿Cómo podía ser tan estúpida? ¿Qué era lo que había hecho? Había cruzado una línea invisible. Había visto a Killian, lo había sentido en mi interior. Él no era solo un lobo rival, era algo más. Pero era imposible.Mi padre me había enseñado a ver a los rivales como enemigos, y
KillianEl viento nocturno acariciaba mi rostro mientras caminaba solo por el territorio que mi manada había reclamado, las huellas de la guerra aún marcadas en el suelo como cicatrices invisibles. A lo lejos, las sombras de las montañas se alzaban imponentes, pero ninguna de esas vistas me traía paz. El recuerdo de la guerra que separó nuestras manadas estaba tan presente como el aire que respiraba. Había sido brutal. Mi padre, el líder, siempre hablaba de venganza, de cómo recuperar lo que nos habían arrebatado. La promesa de venganza que hizo antes de morir aún pesaba sobre mis hombros, como un lastre que no podía soltar, no importaba lo que hiciera.Recuerdo cómo, antes de su muerte, me enseñó que la lealtad de la manada era lo único que importaba. Los enemigos, los traidores… todos debían ser castigados. Mi deber era claro, o al menos eso trataba de recordarme a diario. Sin embargo, a medida que pasaban los días, había algo que se filtraba entre mis pensamientos, algo que no quer