Cap. 159. Luna de miel.
El cielo de la costa italiana era un lienzo pintado con pinceladas de naranja y dorado cuando Maite inspiró profundamente, acariciando con ternura su vientre abultado.
Una sonrisa luminosa le decoraba el rostro. Estaba feliz. Volver a Italia, aunque fuera solo por su luna de miel, le parecía casi un sueño agradable.
La brisa marina le revolvía suavemente los cabellos, y las risas de Gianna y Gael llenaban el aire como campanillas traviesas.
Los pequeños apretaban sus manitas contra las suyas cada vez que una ola rompía cerca, saltando y chillando emocionados.
—¡Mira mamá, mira! ¡Otra ola! —gritaba Gael, y Gianna lo imitaba con ese entusiasmo que solo los niños conocen.
Alexandros caminaba junto a ellos, relajado, sonriendo sin reservas. En sus ojos brillaba algo que Maite reconocía como plenitud. Estaban juntos. Por fin. Sin miedo, sin amenazas, y sin enemigos, persiguiéndolos.
Pasaron el día jugando en la arena, tomaron incontables fotos, se llenaron de besos robados cada vez que cre