CAPÍTULO 21 – Madre e hijo
Arasy caminaba con paso firme, con una pequeña cesta colgada del brazo donde guardaba las plantas que encontraba a su paso. Tao la seguía unos pasos detrás, sin atreverse a romper el silencio. Sabía que su madre lo había llevado a lo alto de las montañas por algo más que simples hierbas medicinales.
Finalmente, Arasy se detuvo cerca de un peñasco cubierto de líquenes. Se agachó para cortar unas hojas de kalui, una planta que usaba para sanar heridas, y dijo sin mirarlo:
— He visto cómo miras a Kerana, hijo.
Tao se tensó. El silencio que siguió fue tan espeso que hasta el viento pareció detenerse.
— ¿Qué… qué quieres decir con eso, madre? —preguntó, intentando sonar despreocupado.
Arasy se incorporó lentamente y lo miró a los ojos. Su mirada no era de reproche, sino de comprensión.
— Digo que no había visto esa mirada antes en ti. La de alguien que se ha rendido ante lo que siente.
Tao bajó la vista, incómodo.
— Porque es la primera vez que me pasa —admitió,