La lluvia cesaba sobre la ciudad cuando Marco y Valeria llegaron a la clínica. La tregua de su noche de sanación se disipó al cruzar las puertas automáticas, reemplazada por la urgencia de comprobar que Sofía estaba a salvo.
La encontraron estable, pero la jefa de enfermería, Laura, los esperaba con una expresión grave. —Tuvo un episodio de taquicardia ventricular—informó, bajando la voz—. Breve, autolimitado. Revisé todo: bombas de infusión, goteros, conexiones. No hay nada fuera de lugar. Fue como si alguien hubiera pulsado un interruptor invisible y luego lo hubiera borrado todo.
Una fría certeza se apoderó de ellos. Fernando no necesitaba sabotaje burdo. Tenía acceso y complicidad dentro de su propio hospital.
—Yo me quedo con ella —declaró Valeria, con una determinación férrea—. No me moveré de aquí. Revisaré cada milímetro de esta habitación. —Yo voy por él—rugió Marco, la furia contenida vibrando en cada palabra—. Voy a encontrar la prueba que lo entierre.
Se encerró en su ofic