La puerta de la oficina de Valeria se cerró tras la salida de Marco, dejando un silencio pesado, cargado de los ecos de una verdad que acababa de demoler 28 años de certidumbre. Elena seguía sentada, pálida, las lágrimas secas surcando su impecable maquillaje. Miraba al vacío, como si el suelo se hubiera abierto bajo sus pies.
Valeria se arrodilló frente a ella, tomándole las manos heladas que aún temblaban levemente. —Madre—dijo, su voz era un susurro firme, un ancla en la tormenta—. Lo peor ya pasó. La verdad, por dura que sea, nos ha liberado de una mentira. —¿Liberado?—la voz de Elena era un hilo quebrado, cargado de un miedo antiguo—. Valeria, esto no me libera. Me condena a una duda eterna. ¿Quién era ese hombre? ¿Quién eres tú? Yo... yo no recuerdo casi nada de esa noche. Solo dolor, y alcohol, y una confusión tan densa... —Shhh—la interrumpió Valeria, apretándole las manos con una fuerza reconfortante—. Eres mi madre. Eso es lo único que importa. Lo único real e inquebrantable