El amanecer encontraba a Marco frente a la oficina del Dr. Ignacio Montes, respirando profundamente antes de cruzar el umbral. No iba con la intención de una confrontación directa, sino armado con una estrategia tan calculada como cualquier plan quirúrgico.
—Ignacio —comenzó Marco, cerrando la puerta tras de sí con un click suave—. Necesitamos hablar sobre lo de ayer.
Montes alzó la vista desde sus papeles, una ceja arqueada en desafío. —¿Vienes a reclamar por tu pupila, Quiroga? No sabía que los jefes de servicio hicieran de niñeras.
—Vengo a hablar de reputaciones —corrigió Marco, tomando asiento sin esperar invitación—. Especialmente la tuya.
El interés de Montes se despertó, aunque lo disimuló con un gesto de fastidio. —Explícate.
—Ayer humillaste a una residente en pleno quirófano —continuó Marco, manteniendo la voz neutra—. La gritaste frente a su equipo, cuestionaste su competencia. Todo porque anticipó tu necesidad de un instrumento.
—¡Se saltó el protocolo! —rugió Montes, gol