La tensión en la Clínica Mendoza era una niebla espesa que impregnaba cada rincón. Marco, carcomido por unos celos que se negaba a vocalizar pero que ardían en su pecho como brasas tóxicas, encontró refugio en la cafetería donde Laura revisaba unos informes con expresión cansada.
Se desplomó en la silla frente a ella sin preámbulos, el peso de su frustración visible en cada línea de su rostro. "Necesito hablar con alguien que entienda", comenzó, pasándose una mano por el rostro en un gesto de fatiga extrema.
Laura dejó los papeles a un lado, estudiándolo con una mezcla de lástima y exasperación. "¿Qué pasa, jefe? Se te ve hecho polvo".
La confesión le salió con amargura: "Es Valeria... y ese tal Rojas. Hay una... confianza entre ellos que me carcome".
Laura no le dio tregua a su autoindulgencia. "Marco, ¿en serio? Estás dejando que los celos te cieguen. Álvaro es un buen tipo, y sí, eran muy unidos en la universidad. Compartían grupo de estudio. Pero Valeria no es así. Si estuviera in