Enrico dice que quiere tranquilidad, que necesita desconectar, que por una vez quiere que estemos juntos sin que el mundo nos esté cayendo encima. Pero yo sé leer entre líneas. Y lo que dice entre líneas es que algo se avecina. Lo presiento. Lo veo en la forma en que sus ojos se endurecen cuando cree que no lo estoy mirando. En cómo su cuerpo se tensa cuando su teléfono vibra y él lo ignora como si al hacerlo pudiera detener lo inevitable. Y lo más alarmante: en cómo me besa. Como si cada beso pudiera ser el último.
—¿Estás segura de que no quieres salir? —me pregunta mientras desliza los dedos por mi brazo desnudo, provocando escalofríos que no tienen nada que ver con el aire acondicionado. Estamos en su apartamento, encerrados en una burbuja de silencio y vino tinto, con el crepitar de