Hay cosas que preferirías no saber. Verdades que no pediste, que no buscaste… pero que de alguna manera, te encuentran igual. Y una vez que las descubres, no hay forma de volver a mirar a esa persona con los mismos ojos.
Fue un correo.
Uno maldito, escondido entre cientos de papeles en la oficina de Enrico. No estaba buscando nada. Solo quise ayudarle a ordenar el desastre que tenía sobre el escritorio, ese caos que parecía gritar “vida descontrolada” a los cuatro vientos. Y ahí estaba: un sobre amarillento, sin remitente, con un archivo adjunto impreso.
Primero pensé que era algo legal, quizá de algún contrato viejo.
Pero no.