Hay silencios que gritan más fuerte que cualquier palabra. El que se coló entre nosotros desde anoche tiene el volumen de una tormenta. Uno que no hemos querido enfrentar. Uno que sabe demasiado de nosotros.
Estoy de pie frente al ventanal del penthouse, envuelta en la camisa de Enrico —esa blanca de lino que aún huele a su perfume mezclado con un toque de arrogancia y otro de deseo. Podría acostumbrarme a esta vista… al lujo, a su piel… pero no a la incertidumbre que cuelga como una espada sobre nuestras cabezas.
Él está en la cocina, su espalda marcada por la tensión. La camisa negra ceñida resalta cada músculo de su espalda. Y aunque me hace desear que todo se reduzca solo a deseo… no es así. No esta vez.