No puedo controlar todo. Lo he intentado. Dios, cómo lo he intentado. Pero hoy, mientras observo a Enrico en la distancia, me doy cuenta de que la vida no se trata de controlar, se trata de dejarse llevar. Y el problema no es el control, ni el miedo que siento al perderlo. El problema es que ya no puedo ignorar lo que tengo con él, lo que compartimos. Y aunque me aterra la idea de no tener un agarre firme sobre las riendas de mi vida, también sé que el miedo a lo desconocido está comenzando a perder fuerza.
Puedo sentir cómo el vínculo entre nosotros se ha hecho más fuerte con cada mirada, con cada gesto. Incluso en nuestros momentos de caos, de discusiones que nos destrozan y nos reconstruyen, algo dentro de mí sabe que no hay vuelta atrás. No cuando Enrico ha dejado de ser solo un hombre al que puedo controlar. No cuan