Capítulo veinte. Tenemos cuentas pendientes.
La mañana amaneció gris en Nueva York, pero dentro del departamento de Kyan Byron, el ambiente estaba más enrarecido que nunca.
Nicole preparaba el desayuno con movimientos lentos, distraída. Millie, sentada en la encimera con las piernas colgando, jugaba con una cucharita mientras observaba cada detalle.
—¿Por qué estás triste, mami? —preguntó, ladeando la cabeza.
Nicole se forzó a sonreír.
—No estoy triste, solo cansada.
Millie frunció los labios, escéptica, con esa aguda percepción que solo los niños poseen.
—Entonces ¿por qué no le hablas a papá Kyan?
Nicole se giró tan rápido que casi dejó caer la taza que tenía en la mano.
—¿Qué dijiste?
—Anoche escuché cuando dijiste que él era mi papá —respondió con la naturalidad de quien acaba de descubrir una verdad obvia—. No estaba dormida, solo cerré los ojos.
El corazón de Nicole se encogió. Sintió una punzada aguda de miedo, de culpa, de amor.
—No deberías haber escuchado eso, Millie…
—¿Por