Capítulo veintidós. Ella era mía.
La mañana siguiente amaneció nublada, como si el cielo presintiera lo que estaba por venir.
Nicole se despertó antes de que Millie abriera los ojos. Caminó en silencio hacia la cocina, encontrándose con Kyan sentado en el comedor, revisando papeles, una taza de café olvidada a un lado.
—¿No dormiste? —preguntó, su voz apenas un susurro.
Kyan levantó la mirada, sus ojeras marcadas.
—Dormí lo justo —contestó, y su voz sonó más distante que la noche anterior.
Nicole se frotó los brazos, incómoda por la frialdad repentina. Tal vez se había equivocado en interpretar su cercanía. Tal vez todo había sido un espejismo creado por la ternura que Millie inspiraba.
—Voy a preparar el desayuno —murmuró, buscando algo que hacer para disipar la tensión.
Pero antes de que pudiera llegar a la cocina, el timbre sonó. Kyan se levantó de inmediato, alerta. Nicole sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No esperaban visitas.
Kyan miró por la mirilla y maldijo en voz