Capítulo 91.
NARRADOR.
El fuego comenzó con el puro de Santiago cayendo sobre los documentos impregnados con licor. Se disperso por el despacho en segundos, primero fueron las cortinas, luego la madera del ventanal; el humo subió como un animal. Santiago las miró sin moverse, con la copa todavía en la mano, como si ese brillo anaranjado fuera un viejo amigo confirmando su poder. No imaginó que la verdad estaba ahí, sobre la mesa, en papeles que olían a ceniza y traición.
La puerta del despacho crujió cuando ella entró. Isabel vino corriendo por el olor a humo que lleno la mansión, gritando a los sirvientes para que ayudaran apagarlo. Santiago dio un paso hacia ella, las arrugas de la frente marcadas por la sorpresa y la rabia. Le habló con voz cortante; no quiso gritos, sino la certeza de la acusación.
—¿Me engañaste? —preguntó. La frase no tenía sombra de duda.
Isabel tragó saliva. Miró a su alrededor, buscó la forma de retractarse, pero el humo le quemaba la garganta y la verdad se le aplastó e