La semana que siguió al incidente de la "Diapositiva 7" se convirtió en un verdadero crisol para Kang Ji-woo. El aire en el piso cincuenta y ocho, antes cargado de una tensión general, ahora sentía una energía diferente, casi como si una lente de aumento se hubiera posado sobre el escritorio de Ji-woo. Se percibía un escrutinio más fino, una expectativa elevada. Lee Jae-hyun no la había despedido, ni siquiera la había regañado más allá de aquel momento crítico. En cambio, le había dado más trabajo. Mucho más. No eran tareas triviales. Eran desafíos. Parecía que Jae-hyun, habiendo encontrado una veta de oro en su nueva asistente, estaba decidido a ver cuán profundo podía excavar. Sus demandas se volvieron más específicas, más complejas, requiriendo no solo eficiencia, sino también ingenio, investigación y una comprensión profunda de las operaciones del Grupo Haneul.
La primera "prueba" llegó un martes por la mañana. Jae-hyun salió de su oficina, no con el ceño fruncido, sino con una expresión de pensamiento profundo. —Señorita Kang —dijo, sin levantar la vista de su tableta—, necesito un análisis exhaustivo de las tendencias de consumo de la Generación Z en el sector de las energías renovables en el sudeste asiático. Un informe conciso, no más de diez páginas, con proyecciones a cinco años. Lo quiero para el viernes por la mañana. Era una solicitud tan específica como vasta. Ji-woo tragó saliva. Su experiencia se inclinaba más hacia la administración general, no hacia la investigación de mercado especializada. Pero asintió con firmeza. —Entendido, señor. Pasó las siguientes 72 horas sumergida en bases de datos, informes de consultoras, artículos académicos y noticias internacionales. Las luces de su escritorio a menudo eran las últimas en apagarse en el piso ejecutivo. Su almuerzo se convertía en un sándwich engullido mientras sus ojos escaneaban gráficos. Consultó a contactos en el departamento de investigación de mercado, pero fue su propia persistencia y su capacidad para sintetizar información compleja en datos claros lo que la guio. El jueves por la noche, con los ojos inyectados en sangre pero una sensación de triunfo, imprimió el informe. Era conciso, bien fundamentado y presentaba una perspectiva que incluso a ella le pareció perspicaz.
A la mañana siguiente, depositó el informe sobre el escritorio de Jae-hyun. Él lo tomó sin una palabra, sus dedos largos y finos hojeando las páginas. Se encerró en su oficina. Ji-woo esperó, el aliento contenido, durante lo que parecieron horas. Finalmente, el intercomunicador zumbó. —Señorita Kang. —Sí, señor. —Asegúrese de que este informe se prepare para la junta de la próxima semana. Y eso fue todo. Ni un "bien hecho", ni un "excelente trabajo". Pero el hecho de que lo presentara a la junta era un testimonio silencioso de su aprobación. Para Ji-hyun, la ausencia de crítica era el mayor de los elogios. La siguiente prueba fue una pesadilla logística. Un inversor de alto perfil, conocido por su excentricidad y sus cambios de humor, decidió hacer una visita sorpresa a Seúl con solo 24 horas de antelación, exigiendo una serie de reuniones en diferentes ubicaciones de la ciudad, un tour por una de las fábricas del Grupo Haneul a las afueras de Seúl, y una cena privada en un restaurante específico que requería reservaciones con meses de antelación. Jae-hyun le dio la orden sin inmutarse. —Organice el itinerario. Todo. Ji-woo se lanzó al teléfono.
Horas de negociaciones con restaurantes que afirmaban no tener espacio, llamadas a conductores de lujo que estaban ocupados, coordinación con equipos de seguridad de la empresa para la visita a la fábrica. Hubo un momento en que la desesperación la invadió; el restaurante deseado por el inversor se negaba rotundamente. Pero en lugar de rendirse, Ji-woo recordó un detalle que había leído en el perfil del inversor: su pasión por el arte contemporáneo. Encontró una galería de arte con una exposición recién inaugurada que el inversor admiraría y, a través de contactos de la empresa, logró que el chef del restaurante aceptara preparar un menú especial y servirlo en el espacio privado de la galería, creando una experiencia única. Cuando Jae-hyun revisó el itinerario final, sus ojos se detuvieron en el detalle de la cena en la galería. Una ceja apenas perceptible se levantó. —Interesante —murmuró, no a Ji-woo, sino a sí mismo.
Era la primera vez que Ji-woo lo escuchaba emitir algo parecido a una expresión de agrado. Las horas se estiraban. Ji-woo llegaba a la oficina antes del amanecer y, a menudo, se iba cuando la ciudad ya parpadeaba con las luces de la noche. La cafetería del edificio se convirtió en su segundo hogar. El sabor del café instantáneo, antes un consuelo, ahora era una señal de la batalla ganada. Las llamadas a su madre eran más cortas, llenas de palabras tranquilizadoras a pesar de su propio cansancio. Sus amigos, especialmente Kim Eun-ji, su mejor amiga, la extrañaban. Pero Ji-woo sabía que cada hora extra, cada desafío superado, era un ladrillo más en la construcción de su futuro. Jae-hyun, por su parte, parecía estar siempre presente. También trabajaba hasta tarde, su oficina una burbuja de luz en la oscuridad del piso ejecutivo. A veces, Ji-woo lo oía hablar por teléfono en voz baja, o veía su silueta moverse detrás del cristal esmerilado. Ocasionalmente, salía de su oficina para tomar un vaso de agua o estirarse, y sus ojos se posaban, por un instante, en el escritorio de Ji-woo, aún iluminado.
Nunca decía nada, pero Ji-woo sentía su mirada, una mezcla de observación y algo más, algo que no podía descifrar. Los otros secretarios, que al principio la habían mirado con escepticismo, ahora la miraban con una mezcla de asombro y una pizca de temor reverencial. Ji-woo no se quejaba, no se derrumbaba, y el CEO Lee, el temido CEO Lee, parecía... ¿menos temible? Con ella, al menos. Ya no había ráfagas de impaciencia, ni reprimendas heladas. Sus interacciones eran breves, directas, pero cargadas de una expectativa que Ji-woo ahora se sentía capaz de cumplir. Una tarde, mientras Ji-woo finalizaba un informe que Jae-hyun había solicitado para primera hora de la mañana siguiente, escuchó los pasos de Jae-hyun detrás de ella. Se giró, esperando una nueva instrucción. Él estaba de pie, a unos metros de su escritorio, con una expresión neutra. —Señorita Kang —dijo, y Ji-woo preparó su bolígrafo—. Asegúrese de que el informe de la reunión de mañana incluya las cifras de crecimiento del mercado de vehículos eléctricos. Ji-woo asintió. —Sí, señor. ¿Necesita el desglose por región? Jae-hyun la observó por un momento. Había una pausa, un microsegundo en el que sus ojos se encontraron. Luego, un casi imperceptible movimiento de sus labios, una sombra de una sonrisa. —Sí. Por región. Buen trabajo, Señorita Kang. Buenas noches. Se giró y desapareció en el ascensor privado. Ji-woo se quedó inmóvil. ¿"Buen trabajo"? ¿Lo había escuchado bien? Era la primera vez que Jae-hyun le decía algo parecido a un elogio. No fue un gran gesto, no fue efusivo. Fue un reconocimiento seco, casi a regañadientes, pero para Ji-woo, resonó como una campana.
Había pasado las pruebas. Había aguantado la presión. Y Lee Jae-hyun, el hombre que no elogiaba a nadie, había reconocido su valía. El cansancio se disipó, reemplazado por una oleada de satisfacción. Las largas horas, el agotamiento, valían la pena. Había ganado no solo un puesto, sino un respeto. Un respeto silencioso, difícilmente ganado, pero tangible. El crisol había forjado algo nuevo. Y, sin saberlo, había abierto una pequeña fisura en la impenetrable armadura del CEO Lee.