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Capítulo 3: La mirada fija

La segunda semana de Kang Ji-woo en el Grupo Haneul se sentía menos caótica, pero no menos intensa. Había encontrado su ritmo, una danza frenética pero calculada alrededor de la agenda de Lee Jae-hyun. Sus manos se movían con una eficiencia casi robótica sobre el teclado, sus ojos escaneaban documentos con una velocidad asombrosa, y su voz mantenía un tono imperturbable incluso cuando su mente corría a mil por hora. Había aprendido que el silencio en la oficina del CEO no significaba calma, sino la calma antes de la tormenta. Esa mañana, la tormenta se avecinaba en forma de la "Presentación Alpha", un informe trimestral vital para la junta directiva, que Jae-hyun debía entregar en dos días. Era un documento de alta confidencialidad y complejidad, lleno de proyecciones financieras y estrategias a largo plazo. Ji-woo había pasado la noche anterior revisando cada diapositiva, cada número, cada gráfico, con una lupa virtual, convencida de que lo había perfeccionado.

El día comenzó como de costumbre. Jae-hyun llegó temprano, su presencia una ola silenciosa de autoridad. Ji-woo ya tenía su café en su escritorio y los informes matutinos organizados. El aire era denso con la concentración. A media mañana, el intercomunicador zumbó, un sonido que Ji-woo había aprendido a asociar con una demanda inmediata. —Señorita Kang. A mi oficina. Ahora. La voz de Jae-hyun era plana, sin emoción, pero con una resonancia que le heló la sangre. Nunca la había llamado a su oficina antes. Siempre había sido él quien salía o quien la convocaba con un mensaje en la pantalla. Ji-woo sintió un escalofrío de aprensión. Se levantó con una elegancia que desmentía el nudo en su estómago y se dirigió a las puertas dobles. Respiró hondo, tocó suavemente y esperó la orden. —Adelante. Al entrar, la inmensidad de la oficina de Jae-hyun la envolvió. Paredes de cristal ofrecían una vista panorámica de la ciudad que quitaba el aliento, pero en ese momento, Ji-woo solo tenía ojos para el hombre sentado detrás del imponente escritorio de caoba pulida.

Jae-hyun no la miró de inmediato. Sus ojos estaban fijos en la pantalla de su tableta, que sostenía con una mano. Su rostro estaba inexpresivo, pero la mandíbula apretada era un claro indicio de su estado de ánimo. —Señorita Kang —dijo finalmente, su voz baja, casi un susurro, pero más cortante que cualquier grito que hubiera escuchado—. ¿Revisó usted la Diapositiva 7 del informe de la Presentación Alpha? Ji-woo sintió que el mundo se le encogía. —Sí, señor. La revisé varias veces. —¿Y no encontró nada... peculiar? —Su tono ahora llevaba un filo de sarcasmo. Levantó la tableta, girándola para que Ji-woo pudiera ver la pantalla. El corazón de Ji-woo dio un vuelco. Allí, en la Diapositiva 7, en el gráfico de proyecciones de crecimiento para el próximo trimestre, un error flagrante y espantoso. Un número, un solo dígito, estaba invertido. En lugar de un crecimiento del 8.2%, el gráfico mostraba un 2.8%. Era un error que, en el contexto de una presentación a la junta directiva y a los inversores, podía ser catastrófico, sugiriendo una recesión en lugar de una expansión. La sangre se le heló.

Había pasado horas en esa diapositiva. ¿Cómo pudo haberlo pasado por alto? La vergüenza y el pánico la inundaron, pero Ji-woo las reprimió de inmediato. —Dios mío —murmuró, sus ojos fijos en la pantalla, su mente ya buscando la causa, la solución—. Lo siento mucho, señor. No sé cómo... —"No sabe cómo" no es una respuesta aceptable, Señorita Kang —la interrumpió Jae-hyun, su voz ahora con una fuerza helada que llenó la enorme oficina—. Este no es un informe escolar. Este es el futuro de una corporación que emplea a miles de personas. Un error como este no es una simple errata. Es una irresponsabilidad. ¿Comprende la magnitud de lo que significaría presentar esto a la junta? Su mirada, antes fija en la tableta, ahora se clavó en Ji-woo. Era una mirada que parecía ver a través de ella, despojándola de cualquier pretensión. No había ira descontrolada, no había un grito, solo una decepción fría y calculada que era mucho más intimidante. Ji-woo sintió el calor en sus mejillas, pero se mantuvo firme. No desvió la mirada. No se disculpó con excusas. —Sí, señor. Lo comprendo perfectamente. Es un error inaceptable de mi parte. Su voz era baja, pero firme. No temblaba. Su cuerpo, aunque tenso, se negaba a encogerse. Jae-hyun la observó, sus ojos oscuros analizando cada fibra de su ser. Esperaba lágrimas, tartamudeos, excusas. Había visto a muchos asistentes derrumbarse bajo menos presión.

Pero Ji-woo permaneció erguida, sus ojos fijos en los suyos con una mezcla de arrepentimiento genuino y una obstinada determinación. Era como si, a pesar de la humillación, una fuerza invisible la mantuviera en pie. —¿Y bien? ¿Qué hará al respecto, Señorita Kang? —Su voz aún era cortante, pero había una pausa casi imperceptible, una curiosidad latente en sus ojos. Ji-woo no dudó. —Lo corregiré de inmediato. El archivo maestro está en el servidor seguro. Puedo acceder a él y reemplazar la diapositiva en menos de dos minutos. Luego, haré una triple verificación de todos los números del informe, y no solo de esa diapositiva, en este instante. Y para el futuro, implementaré un sistema de doble verificación cruzada con la Señora Ahn para todos los documentos de alta sensibilidad antes de que lleguen a su escritorio. Su voz era rápida, llena de soluciones prácticas, no de lamentos.

Era la voz de una persona que no solo admitía su error, sino que ya estaba pensando en cómo prevenir el próximo. Jae-hyun la escuchó en silencio. Su rostro se mantuvo inexpresivo, pero sus ojos se movieron de una manera que Ji-woo no había visto antes. Había algo en su mirada, una chispa que no era de ira, sino de reconocimiento. La había reprendido, sí, con dureza, pero ella no se había quebrado. En cambio, se había levantado, había asumido la responsabilidad y había ofrecido soluciones. —Hágalo —dijo Jae-hyun finalmente, su voz volviendo a su tono habitual de eficiencia fría—. Asegúrese de que sea la última vez que algo así sucede. No hubo un "gracias", ni un "bien hecho". Solo la orden. Ji-woo asintió, hizo una reverencia breve y se dio la vuelta, saliendo de la oficina con la misma dignidad con la que había entrado. Una vez fuera, en la relativa seguridad de su escritorio, el aire fresco de la oficina le pareció un salvavidas. Su corazón todavía latía con fuerza, pero una extraña sensación de alivio, casi de victoria, se apoderó de ella. Había cometido un error grave, había sido reprendida por el temido CEO, y había sobrevivido.

Más que eso, sentía que había pasado una prueba, una que no sabía que se estaba llevando a cabo. Mientras se lanzaba a la tarea de corregir el error con una eficiencia renovada, Ji-woo no se dio cuenta de que, dentro de su oficina, Lee Jae-hyun no estaba trabajando de inmediato. Su mirada estaba fija en la puerta que acababa de cerrar. Una leve, casi imperceptible, curvatura apareció en la comisura de sus labios. Era una sonrisa, apenas un fantasma de ella, pero estaba allí. "Interesante", pensó Jae-hyun. Había esperado a otra asistente que se disculpara profusamente o que culpara a otros. En cambio, había encontrado a alguien que se responsabilizaba y, lo más importante, actuaba. Kang Ji-woo era más de lo que parecía a primera vista. La determinación en sus ojos, la forma en que había mantenido su postura bajo fuego, había dejado una impresión. La había regañado, sí, pero algo en ella lo había sorprendido. Y esa sorpresa, en el mundo predecible de Lee Jae-hyun, era una rareza bienvenida. El tablero de ajedrez corporativo acababa de recibir una nueva y prometedora pieza.

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