La habitación estaba en penumbras, apenas iluminada por la luz ámbar de una lámpara de pared. El silencio del hospital era engañoso, porque detrás de la calma había pasado el torbellino de médicos, enfermeras y revisiones. Kira descansaba ahora sobre la cama, conectada a un par de monitores que controlaban su corazón y el ritmo del bebé. El pitido acompasado era lo único que mantenía a Julian cuerdo después del infierno de la noche.
Él estaba sentado a su lado, con las manos aferradas a las de ella como si fueran el único ancla que lo mantenía en pie. La mirada fija en su rostro pálido, en los labios secos que apenas se movían cuando respiraba. Cada vez que la veía cerrar los ojos, sentía el temor de que no volvieran a abrirse.
<