Julian llegó a la oficina sabiendo que el día no traería tregua. En el ascensor, su reflejo le devolvió una mirada distinta: más firme, menos rota. Ya no tenía la intención de rogar ni de callar. Había pasado demasiado tiempo viviendo con la cabeza baja, creyendo que su lugar era el rincón. Hoy no. Hoy se iba a plantar.La tensión se mascaba en el aire apenas puso un pie en la sala de juntas. Marcus estaba ahí, por supuesto, sonriendo como si el mundo le debiera algo. A su lado, Vanessa, perfectamente maquillada, tomada de su brazo como si fuera trofeo y verdugo a la vez.—Así que aquí estás —dijo Marcus, con ese tono condescendiente que siempre usaba—. Te fuiste sin despedirte de casa... o de tu ex.Julian lo miró sin parpadear, directo, sin temblores.—No, es mi casa. Es mía. La compré yo. Y tú y tu puta pueden irse a la mierda.Vanessa se tensó, pero Marcus levantó una ceja, divertido.—¿Así hablas ahora? ¿Tan rápido perdiste la educación?—La educación no me impide decir verdades.
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