La habitación estaba en penumbra. Afuera, la noche se había derramado sobre la ciudad, y el murmullo de los pasillos del hospital apenas se filtraba como un eco lejano. Julian cerró la puerta tras de sí con un gesto lento, como si necesitara apartar el mundo entero antes de sentarse junto a Kira.
Ella estaba recostada, cubierta por las sábanas claras, con las manos reposando sobre el vientre donde su hijo crecía. El cansancio se notaba en sus ojos, pero más aún la tensión. Bastaba ver la forma en que lo miraba: expectante, preocupada, como si supiera que algo demasiado grande acababa de suceder.
Julian se sentó a su lado, tomó aire y deslizó sus dedos entre los de ella.
—Ya está hecho —dijo al fin, con voz baja, casi ronca&md