VALERIA RIZZO
Tenía un fuerte dolor en el rostro y un sabor metálico en la boca. Los infelices me habían dado un golpe.
—Bájate —ordenaron.
Llegamos a una casa enorme. Debía tener tres pisos. Al mirar a mi alrededor, solo había árboles; no había señales de más personas.
Me quedé fría al ver a Novikov parado en la entrada con una sonrisa en el rostro, pero su expresión cambió al verme. Se acercó con rapidez y me tomó del rostro justo donde me habían pegado.
—¿¡QUIÉN CARAJOS LE PEGÓ!? —Su grito fue tan fuerte que me dio miedo—. Les di la orden de que la trajeran, ¡no de que le pegaran! ¡RESPONDAN O LOS MATO A TODOS!
Todos los hombres posaron la mirada sobre el chico que me había golpeado, y Novikov lo notó.
—Así que fuiste tú el que golpeó su bello rostro.
—Déjalo —dije con nervios—, solo cumplió con su deber. Aquí estoy.
Sin pensarlo, sacó su arma y le disparó tres veces justo frente a mí. Mi rostro y el de Novikov fueron salpicados con la sangre, y a mí todo comenzó a darme vueltas.
—