Escuchar la dulce voz de la niña hizo que algo en mí se ablandara por completo. Su rostro cálido y sus ojos celestes hacían que me derritiera por la ternura que emanaba de ella.
—Cariño, ve con los otros niños. Ahora voy contigo —el tono de voz de mi esposa había cambiado por completo; su voz era dulce y tierna.
—Sí —la niña se va y los ojos de mi esposa quedan clavados en ella hasta que la pierde de vista. Su mirada se gira y, al verme, parece que me estuviera clavando un puñal—. ¿Qué haces aquí?
Su tono de voz fue tan rudo que la señora Blanca dio dos pasos hacia atrás.
—Voy a dejar que hablen a solas.
—Gracias, señora Blanca —esta se va y me quedo solo con el ogro de mi mujer—. ¿Ya me vas a responder?
—¿Hace cuánto estás viniendo aquí?
—No llevo mucho tiempo. Cuando lo descubrí, el lugar estaba en muy malas condiciones y decidí ayudarlos.
—La señora Blanca piensa que yo soy la donadora.
—Lo hice con el dinero que siempre dejas en mi cuenta —con razón se me hacía tan raro que ella l