Al fin lograba sentir un poco de libertad al estar caminando por las calles de Milán. Lo único malo era que teníamos dos hombres siguiéndonos a todos lados.
—Odio tener a estos dos detrás de nosotras —Antonina mira hacia atrás y le guiña el ojo a uno de ellos.
—¡Antonina! —Este se ríe—. Eres una coqueta.
—Amiga, solo disfruto de la vista. Mejor concentrémonos y vamos a gastar dinero a lo que dé.
Tienda por tienda empezamos a ser asqueadas, Antonina y yo. Creo que la tarjeta ya empezó a calentarse de tanto pasarla por el datáfono.
Nuestras manos tenían tantas bolsas que los hombres de Alessandro también terminaron cargando algunas.
—Bueno, amiga, creo que llegó el momento de elegir tu vestido —la parte que no quería.
Entramos a la tienda más reconocida de novias en todo Milán, y también en muchas partes del mundo. Al entrar, nos recibieron con una copa de vino blanco y una asesora se nos acercó.
—Buenas tardes. Soy Erika, ¿cómo las puedo ayudar?
—Hola, Erika. Estoy buscando un vestido