ALESSANDRO RIZZO
La pequeña se atrevió a soltarme una cachetada. Pasé de estar excitado al verla tan entregada al placer, a sentir rabia por el golpe. Lo que no sabe esa pequeña es que, en dos días, es la boda, y quiero saber si el padre viene o no.
—Santoro —mejor que confirme.
—¿Qué quieres, Rizzo?
—Más respeto, Santoro. Acuérdate a quién tengo conmigo —siento cómo su respiración se vuelve más pesada—. No voy a extender mucho la llamada. Solo quería confirmar tu asistencia a la boda de tu hija.
—No me voy a prestar para tu juego.
—Santoro, piensa. Tu hija se sentirá muy mal si su padre no la entrega en el altar.
—¿Crees que ella está emocionada por casarse con un narcotraficante matón? —Maldito Santoro.
—Su padre le lava dinero a los narcos y se vende al mejor postor. Eres igual que yo, o peor.
—Mira, Rizzo, yo no tuve nada que ver con la muerte de Angélica.
—¡No me mientas más! ¡Ya lo sé todo, Santoro, y no descansaré hasta verte acabado!
—¿Piensas matarme?
—Primero te haré sufrir,