ALESSANDRO RIZZO
No paraba de ver a la mujer que tenía al lado. Estaba preciosa; ese vestido hacía que su cuerpo resaltara aún más. No puedo negarlo: la señorita Santoro es una obra de arte.
—¿Puedes dejar de verme? —habló molesta—. Parece que me fueras a acabar con la mirada... ¿O prefieres una foto?
No sé por qué, pero su altanería me estaba empezando a gustar.
—Solo quería admirarte un poco más. Te queda muy bien ese vestido.
—Más te vale que me dejes hablar con mi padre o tendrás serios problemas conmigo.
Una risa se escucha en la parte delantera del carro. Es Lucas.
—Lo siento, fue imposible no escuchar.
—Tú concéntrate en lo tuyo —le hablo con seriedad.
Llegamos al lugar y todo era bastante ostentoso. Por Dios, es una gala de mafiosos. Se supone que debemos pasar desapercibidos.
—Vaya... —habla, sorprendida—. Sí que saben hacer galas.
—Es algo ostentoso para mí. Me gusta más la discreción.
—Claro, como vives en la clandestinidad y la ilegalidad.
—Cuida tu boca, Valeria. Acuérdat