Caterina se quita los zapatos y desciende las escaleras sin prestar atención a lo que ocurre a su alrededor o al paisaje que la rodea. Anochece y pareciera que el mar respira con calma y las sombras del día se alargan entre las rocas.
La cala, como esperaba, está sola y ella no puede dejar de caminar en círculos, descalza, arrastrando la arena húmeda entre los dedos de los pies. El ruido del agua, al chocar contra la arena, logra calmar las aceleradas palpitaciones de su corazón, aunque aun la furia continúa palpitándole en las sienes.
No logra entender nada de lo que le está pasando. Había sospechado de Matteo, es más, estaba segurísima de que él hacía parte de ese mundo, pero nunca se imaginó que trabajara para Rocco y mucho menos que él se lo hubiese ocultado.
—¿Por qué sigo confiando en la gente? ¿Sigo siendo tan estúpida?
El viento le enreda el cabello oscuro, lo agita como una bandera rota. Ha llorado,