La toma de la nuca y la besa. Pero a diferencia de la primera vez, cuando él sabía que tendría que detenerse, no se contiene y la besa con hambre, con ambición.
En su asalto muestra el deseo contenido desde que la vio por primera vez en el paseo marítimo. Sus manos la atrapan por la cintura, pegándola a su cuerpo, a su pelvis. Como si necesitara asegurarse de que es real, que está viva, que es suya.
Caterina responde igual. Con rabia, con desesperación, con necesidad, con el temblor y el estremecimiento de su cuerpo que no viene de la fiebre sino del anhelo.
El beso se alarga y Caterina se pega a él desesperada, como si no quisiera que ni una molécula de oxígeno los separara. La arena se pega a sus pies mientras retroceden hacia la roca más cercana. El mar murmura secretos, pero ellos solo escuchan el latido de sus propios cuerpos.<