El pasillo se tragó la poca luz que quedaba. Era como si la casa hubiera inhalado profundamente, preparándose para algo inevitable. Nerea sintió que cada paso resonaba demasiado fuerte, demasiado humano, en un lugar que ya no parecía pertenecerle a los vivos.
María caminaba delante de ella con la calma inquietante de quien ya había hecho ese recorrido antes. No levantaba los pies: deslizaba los pasos. Como si la casa supiera quién era y la dejara pasar.
Elías seguía atrás, contra su voluntad, con cada músculo tenso como un animal arrinconado.
—No deberíamos entrar ahí —murmuró, la voz casi quebrándose—. No tienen ni idea de lo que están provocando.
María ni siquiera lo miró.
—Tú tampoco —respondió—. Nunca quisiste saber la verdad. Solo querías que nada cambiara.
Elías tragó saliva.
—María… yo solo quería a mi hermana viva. Eso es todo.
Ella se detuvo. Giró apenas la cabeza.
—Pues no lo lograste del todo.
Se reanudó el silencio. Un silencio tan denso que escucharon el leve crujido de l