La puerta volvió a crujir. Noctara ya no corrió: se lanzó. Su cuerpo era pura tensión y puro instinto, un arma viva en movimiento. Thallia seguía aferrada a ella, temblando, con la respiración hecha un hilo. Por un instante, al cruzar el umbral, la noche pareció normal. El aire frío, las farolas, el empedrado húmedo…
Pero nada estaba normal.
La luz temblaba.
Los sonidos se distorsionaban.
El viento retrocedía, como si evitara ese tramo de la calle.
Y entonces Thallia lo dijo en voz muy baja:
—Hay algo más aquí afuera.
Noctara apretó los dientes.
—El Verdugo viene por tu alma. No hay “algo más”.
Pero Thallia negó con un estremecimiento.
—No. Esto… esto no es él. Es otro pulso. Debajo del suelo. Como una raíz viva. Como un corazón… enorme.
El Rey habló dentro de ella, su voz temblando apenas:
—Tiene razón. Hay otra presencia. Más antigua que el Verdugo. Más pasiva. Pero no menos peligrosa.
Noctara bufó.
—¿Otra amenaza? ¿Más sombras malditas?
—No sombra. Sangre. Algo que duerme… y que ya