VALENTINA
Dante vuelve a caer en la inconsciencia.
Pero su voz, su intento de sonreírme antes de perderse en la oscuridad, me dan la mínima esperanza que necesito para no enloquecer.
Me aferro a su mano, sintiendo su pulso débil bajo mis dedos. Está vivo. Eso es lo único que importa.
El médico vuelve a entrar, con expresión cansada.
—Tienes suerte, chica. Lo sacamos de la zona de peligro, pero sigue siendo una herida de bala. La recuperación dependerá de su resistencia.
—Dante es fuerte —murmuro sin soltar su mano—. Aguantará.
El médico me observa un instante y asiente.
—Necesita descanso. Nada de estrés, nada de movimientos bruscos. Y tú también deberías dormir.
—No pienso moverme de aquí.
Él resopla, pero no discute más.