DANTE
La noticia llegó como una bomba silenciosa: un testigo había reaparecido. Uno de esos fantasmas del pasado que todos pensábamos muertos o escondidos en algún rincón olvidado del mundo. Pero no. Ese cabrón había decidido salir de su agujero. Y yo sabía que eso no era casualidad. Nada en este mundo lo es.
Estaba sentado en mi auto, frente a un bar de mala muerte en las afueras de la ciudad, observando la entrada con la misma paciencia con la que un cazador acecha a su presa. Las luces del letrero parpadeaban como si también tuvieran miedo de apagarse del todo. Apreté el volante con fuerza. Si ese testigo sabía algo, si estaba dispuesto a hablar, entonces tenía que encontrarlo antes que lo hicieran los otros. Porque lo que estaba en juego no era solo mi vida. Er