3

La noche ha caído, y con ella, mi destino se ha sellado. El Alfa está a mi lado, y aunque mi cuerpo me grita que corra, que escape, hay algo dentro de mí que se resiste. Un nudo en el estómago, una mezcla de repulsión y... no sé cómo llamarlo. Atracción, quizás, o tal vez algo más profundo, algo que no logro entender. Porque aunque lo odio por lo que es, por lo que hace, no puedo negar lo que siento cuando me mira. Algo oscuro, algo que me consume lentamente.

Nos dirigimos hacia su territorio, un lugar que desconozco pero que, a juzgar por la manera en que sus ojos recorren cada rincón, parece ser suyo por derecho. Su figura imponente a mi lado me hace sentir pequeña, insignificante, pero no soy una tonta. Lo que quiero hacer no es huir, no es resistir... sino entender. ¿Por qué siento esta conexión con él? ¿Por qué, cuando sus ojos se encuentran con los míos, mi cuerpo tiembla?

—No tengo intención de hacerte daño. —Su voz, grave y profunda, llega a mis oídos como una promesa.

No lo creo, ni por un segundo.

—¿Qué es lo que realmente quieres de mí? —Mi voz sale más desafiante de lo que debería, pero no me importa. Necesito respuestas.

Él me lanza una mirada cargada de significado, pero no responde. Su silencio lo dice todo. Soy una prisionera, no importa cuántas veces me repita que no me hará daño. Me siento atrapada en su presencia, como si fuera parte de su juego, un juego peligroso del cual no puedo escapar.

El aire se vuelve denso a medida que avanzamos, y no puedo evitar preguntarme si hay algo más detrás de sus palabras. ¿Es posible que no quiera dañarme? O tal vez no sea eso lo que busca. ¿Es acaso una cuestión de poder? ¿De control?

Siento su mirada en mi nuca, constante, implacable. No me atrevo a mirarlo, aunque sé que él lo sabe. Sabe que me tiene en sus garras. Cada paso que doy, cada decisión que tomo, lo siento cerca de mí. Pero no puedo dejar que me venza. No puedo dejar que me controle.

A medida que nos adentramos más en su territorio, noto el cambio en el ambiente. El aire huele diferente, más pesado, más... suyo. Cada rincón parece marcado por su presencia, como si el mismo terreno estuviera sometido a su voluntad. Un escalofrío recorre mi columna vertebral, y me detengo un momento, mirando el paisaje que se extiende ante nosotros.

—¿Qué es este lugar? —pregunto sin pensar.

Él se detiene, y su mirada se vuelve aún más penetrante.

—Es mi hogar. Un lugar que protejo, que preservo.

Me siento pequeña, completamente fuera de lugar. Este lugar no es solo un refugio para él, es un reino, y yo soy solo una intrusa. Pero la duda sigue rondando en mi mente: ¿por qué me lleva allí? ¿Es solo una cuestión de dominio? ¿O hay algo más?

A medida que caminamos, la tensión entre nosotros crece. No hay palabras, solo el sonido de nuestros pasos y el aire cargado de una energía que no puedo identificar. Al final, llegamos a una especie de sala, grande y oscura, con las paredes adornadas con detalles que hablan de poder, de autoridad. Pero lo que realmente me atrae es la presencia de él. Está cerca, mucho más cerca de lo que me gustaría, y no puedo evitar sentir el calor de su cuerpo.

—Tienes dos opciones, Aurora —dice de repente, su voz baja, casi un susurro—. Puedes aceptar lo que eres, lo que realmente eres, o seguir resistiéndote a lo que está en tus venas.

No sé qué quiere decir con eso, pero sus palabras resuenan en mi cabeza. ¿Qué soy, exactamente? ¿Acaso soy solo una pieza más en su tablero, una que puede mover a su antojo? La verdad es que no lo sé. Mi cuerpo responde a él, pero mi mente se resiste. La lucha interna es insoportable.

Lo miro, y en sus ojos veo algo más que control. Hay algo profundo, algo visceral. Algo que no puedo ignorar.

Y en ese momento, es cuando lo hace.

No es un gesto violento, no es un acto físico. Es algo mucho más insidioso. Como si, de alguna manera, hubiera marcado mi alma. Una corriente de energía recorre mi cuerpo, un escalofrío tan fuerte que me deja sin aliento. Es como si él hubiera colocado su sello en mí, algo que no puedo borrar, no puedo negar. La sensación es abrumadora, peligrosa.

Lo miro, y no sé si estoy más asustada o fascinada.

—Eso es lo que eres —dice él, su voz más suave ahora, casi como una confesión—. Una parte de mí. Y no importa cuántas veces intentes huir, siempre estarás conectada a mí.

El peso de sus palabras cae sobre mí, y por un momento, el aire parece volverse más denso, más pesado. Mis piernas tiemblan, y no sé si de miedo o de... algo más. Algo que me consume y que no puedo controlar. Una parte de mí quiere gritar, correr, alejarme, pero otra parte, una parte mucho más profunda, me dice que me quede.

—No soy tuya —susurro, más para mí misma que para él.

Él sonríe, y la sonrisa tiene un tinte oscuro, algo que me deja sin palabras.

—Lo serás, Aurora. Lo serás.

Sus palabras se quedan flotando en el aire, y yo me siento atrapada en su red. Sé que estoy en peligro, pero también sé que no puedo escapar de lo que siento. Hay algo irrompible entre nosotros, algo que va más allá de lo que debería ser. Mi corazón late más rápido, mi cuerpo responde a él, y aunque mi mente me grite que huya, no puedo dejar de preguntarme: ¿quién soy en este juego que él ha creado?

¿Y, lo más importante, qué hará él conmigo ahora que me tiene?

Cada paso que daba hacia su territorio me pesaba más que el anterior. La idea de ser llevada a su guarida me aterraba, pero había algo en sus ojos, en la forma en que se movía, que me impedía rebelarme. La verdad era que, aunque lo odiaba por su brutalidad, había algo más profundo, algo que no lograba comprender del todo. Era un magnetismo inexplicable, una atracción que me desbordaba. Sentía mi cuerpo tensarse cada vez que se acercaba, y no solo por miedo.

—No haré daño, Aurora —dijo con voz grave, aunque una parte de él parecía disfrutar al ver el recelo en mi mirada.

Mis manos estaban tensas, apretando la tela de mi vestido, como si eso pudiera contener el torbellino de emociones que se agitaban en mi interior. Yo debía odiarlo. Era lo lógico. Pero había una parte de mí que simplemente no podía evitar la curiosidad, como si estuviera siendo atraída por una fuerza invisible, una fuerza peligrosa.

—¿Qué quieres de mí? —mi voz salió más baja de lo que pretendía. El miedo no me dejaba respirar con normalidad.

Él no respondió de inmediato. En cambio, sus ojos brillaron con una intensidad que me hizo vacilar. Era como si estuviera buscando algo en mi alma, como si tuviera el poder de despojarme de mis secretos más profundos.

—Lo sabrás a su debido tiempo —respondió, y en su tono había una mezcla de paciencia y amenaza.

Seguimos caminando en silencio, y aunque intenté mantener una distancia respetuosa, él no dejaba de mirarme. El aire a nuestro alrededor estaba cargado de una tensión palpable, como si el mundo entero estuviera esperando algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar. A medida que avanzábamos, mi mente se desbordaba con pensamientos contradictorios. ¿Por qué, después de todo, me sentía tan atraída por él? Lo odiaba. ¡Lo odiaba! Pero a la vez, no podía evitar desear estar más cerca de él. Un sentimiento extraño, confuso y doloroso que me rasgaba el pecho.

Llegamos a lo que parecía ser su dominio, un lugar tan grande y majestuoso que incluso me sentí más pequeña, más vulnerable. Todo lo que había experimentado hasta ahora, toda la tensión acumulada, parecía palidecer ante la magnitud de lo que estaba a punto de enfrentar.

—Bienvenida a mi territorio —dijo, abriendo una puerta con una facilidad aterradora. Parecía que todo en él estaba diseñado para dominar.

Dentro, el ambiente era oscuro, pero había algo hipnótico en la penumbra. La decoración era lujosa, casi opresiva, con muebles de madera oscura y tapices que daban la impresión de que todo el lugar estaba lleno de secretos. Y en medio de todo eso, estaba él. El Alfa.

Me sentí observada, como si mis pasos estuvieran siendo minuciosamente estudiados. Mi respiración se volvió irregular, y no pude evitar que mi corazón acelerara al darme cuenta de lo atrapada que me sentía. ¿Por qué lo seguía? ¿Por qué mi cuerpo reaccionaba de esta manera cuando debería estar huyendo a toda costa?

Él caminó hacia mí, y en el instante en que su mirada se cruzó con la mía, sentí una chispa, algo visceral, algo primitivo que me dejó sin aliento. La habitación pareció cerrarse a nuestro alrededor, como si el aire se volviera más denso, más pesado. No me atrevía a moverme.

—Lo que está sucediendo aquí es inevitable, Aurora —dijo, su tono más suave ahora, pero cargado de algo que me hizo estremecer—. Eres mía. Tienes que aceptarlo.

Mi garganta se cerró. Intenté encontrar las palabras para defenderme, pero me sentí como si algo dentro de mí estuviera apagando mi voluntad. Él se acercó un paso más, tan cerca que pude sentir el calor de su cuerpo invadiendo el espacio que intentaba mantener entre nosotros.

—¿Por qué me haces esto? —me atreví a preguntar, la voz temblorosa, pero firme en el fondo. Mi corazón latía fuerte, desbocado, y no podía controlar cómo mi cuerpo reaccionaba ante su presencia.

Él no contestó de inmediato, pero sus ojos brillaron con una intensidad que me hizo preguntarme si realmente sabía lo que estaba haciendo conmigo. Su mirada era tan penetrante que sentí como si todo lo que había logrado ocultar, todo lo que había guardado dentro de mí, se estuviera desmoronando lentamente, pieza por pieza. Como si él pudiera ver más allá de mi piel, llegar hasta mi alma.

—Porque no puedes huir de lo que eres —respondió al fin, su voz baja, profunda, y con una calma que me heló por dentro—. Y no puedes huir de lo que somos. Tú eres mía, Aurora. Eres mía, y tú lo sabes.

Mis piernas flaquearon ante la intensidad de sus palabras. No podía pensar con claridad, no podía racionalizar lo que sentía. Pero había algo dentro de mí que comenzaba a romperse, a ceder ante la presión de su presencia. Había algo irrompible entre nosotros, algo que no podía comprender, pero que comenzaba a aceptar de manera involuntaria. Era como si una corriente eléctrica recorriera mi piel cada vez que él se acercaba.

Mi mente gritaba en contra de lo que estaba sucediendo. ¡No quería esto! ¡No quería ser suya! Pero mi cuerpo... mi cuerpo parecía tener una voluntad propia. Mi naturaleza Omega me empujaba a ceder, a someterme a él. Y, sin embargo, algo dentro de mí luchaba, algo que no podía dejar ir.

—No te engañes, Aurora. Ya estamos más allá de cualquier regreso —dijo, su tono casi conspiratorio.

Estaba atrapada. Aceptarlo me desgarraba, pero no podía negarlo. Algo entre él y yo ya estaba sellado. Y aunque mi mente aún luchaba por encontrar una salida, mi corazón... mi corazón ya había comenzado a aceptar lo que él me ofrecía, aunque me aterraba.

Lo que estaba ocurriendo entre nosotros no era solo una cuestión de poder o control. Había algo más profundo, algo que me desbordaba. Un vínculo que no podía romper, que no podía entender... pero que me ataba irremediablemente a él.

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