Mis pensamientos eran como un enjambre de abejas, zumbando, doliendo, sin cesar. Todo el día había estado tratando de encontrar algo que me diera paz, algún rincón donde esconderme de la tormenta que se había desatado en mi interior. Pero, al igual que la tormenta, no había lugar donde refugiarme. Kael había cambiado las reglas del juego, y ahora, no podía dejar de preguntarme si mi vida siempre había estado destinada a esto, a él, a la manada, aunque lo negara una y otra vez.
Desde el día en que lo conocí, sabía que algo en él no era común. Kael no era simplemente un alfa imponente, era mucho más. Su fuerza era innegable, pero era su sombra la que me seguía, la que me alcanzaba cuando menos lo esperaba. Cada gesto, cada palabra, parecía arrastrarme más y más hacia él. Y lo peor de todo es que, a pesar de mis esfuerzos, no quería escapar.
Lo sentí esa mañana, cuando lo vi en el entrenamiento, tan seguro, tan feroz. El peso de su mirada sobre mí era casi insoportable. Ya no era solo su