Mis pies parecían seguir un camino que no tenía rumbo fijo, como si me estuviera arrastrando hacia algo que no entendía bien, pero no podía detenerme. Mi mente estaba hecha un torbellino de emociones contradictorias, y cada vez que me encontraba cerca de Kael, la confusión se intensificaba. La línea entre lo que quería y lo que necesitaba se difuminaba como una sombra al atardecer, oscura, cambiante y peligrosa.
Había días en los que me sentía más fuerte, como si tuviera el control de la situación, como si pudiera mantenerlo a él y a sus provocaciones a distancia. Pero había otros días, como hoy, en los que la proximidad de su cuerpo, su presencia inquietante, me hacían cuestionar todo lo que había sido.
—Aurora— dijo Kael, su voz baja y suave, como una caricia en mi oído, pero también una amenaza velada. —Deberías estar más atenta.
La advertencia no era nueva, pero lo que sí lo era era el tono en el que la había dicho. No era la voz fría y dominante que siempre solía usar. Había algo