Una nueva alborada en luna eterna se colaba por las ventanas del castillo, inundando los pasillos con una luz dorada y gélida. En la terraza principal, los estandartes del reino se agitan con el viento helado. Algunos de los alfas invitados que todavía estaban en luna eterna se disponían a despedirse del rey y la reina. No sin antes reafirmar su alianza con el norte.
Aria miraba los jardines, donde todavía quedaban gotas de rocío en los lirios plateados. Su vestido estaba cubierto por un abrigo blanco; su mirada se desvanecía entre los árboles que rodeaban el horizonte. Raiden se mantenía a su lado, como una sombra que protege.
—te encuentras bien—dijo él en voz baja, mientras seguía mirando el paisaje.
Aria sonrió de manera delicada.
—Si solo estoy recordando. ¿Y tú cómo esta el líder de la guardia real?
Raiden la miró.
—Los guardias no tenemos descanso, como ya sabes. Y menos cuando todos están tan felices y la mitad del reino tiene ganas de ver a la princesa de cerc