El amanecer se filtraba por las rendijas de la persiana cuando Isabella despertó. Llevaba días observando el mismo patrón en León: salía temprano, regresaba con provisiones, trabajaba en su computadora y luego desaparecía en alguna parte de la casa donde ella no tenía permitido entrar. La rutina se había vuelto asfixiante.
Ese día, sin embargo, algo cambió. León apareció en el marco de su puerta con una expresión indescifrable.
—Vístete —ordenó, lanzándole unos jeans y una camiseta—. Tienes quince minutos.
Isabella lo miró con desconfianza. —¿Para qué?
—Para salir.
La palabra "salir" resonó en su cabeza como un eco lejano. Hacía semanas que no pisaba el exterior, que no sentía el aire fresco en la piel. Su corazón se aceleró ante la posibilidad de escapa